Quejarse es de perdedores

Mientras hay quien crea hay quien destruye mediante la queja. Más allá de la liberación que supone quejarse, acomodarse a la sensación de alivio sin sopesar que más  allá de nuestro solaz no hay contribución alguna a la mejora de nuestros hábitat, la queja solo bloquea cualquier posibilidad de redención, de crecimiento y -en consecuencia- de alcanzar las metas y los logros de quienes las profesan. La queja, además, impide el sano reconocimiento de no tener razón o, a caso, no la suficiente para elevar una sustancial enmienda a una situación dada. Una de las mayores taras de las personas es creerse lo que opinan sin pasar la información por el tamiz del criterio.

Al mundo de la música que se halla entre la élite y la mediocridad le hemos dado en llamar profesional. Un adjetivo cada vez más escaso y menos contenedor de la esencia de la calidad. Esa Segunda División B donde conviven tanto los talentosos como los aspirantes a la nada. Un magma donde aquéllos se consumen en el fuego de sus esperanzas truncadas mientras éstos avivan la llama de la censura al verse desposeídos del talento mínimo necesario para aspirar a algo mejor.

Al mundo de la música que se halla entre la élite y la mediocridad le hemos dado en llamar profesional.

Huelga decir que el talento se alimenta del trabajo, justo lo que no están dispuestos a permitirse ya que, dicen, sus diplomas hablan por ellos, avalándoles para altos y mejorados menesteres. En esta liga están en el mismo plano de valor tanto los que están a punto de subir de categoría (quizás a la élite) como los que están a un paso de ocupar su verdadero lugar bajando de categoría.

La música solo es útil si consigue llegar y emancipar a las personas a través del arte y de sus exquisitas propiedades que provocan en la psique. También lo es si entretiene, pero aquí cabría una consciencia de ser y una conciencia de aceptar para no confundirse en cuanto al rol, responsabilidad y proactividad colectiva que se desprende de cada perfil de música. De lo contrario, ¿en qué se diferenciaría el reggaetonero de un músico de evolución clásica o de jazz? Si se sirve a los mismos dioses la diferencia es nula.

La música solo es útil si consigue llegar y emancipar a las personas a través del arte y de sus exquisitas propiedades que provocan en la psique.

Volviendo a la queja, ¿acaso un título nos iguala? Y si, cosa preocupante, así fuera, ¿qué argumento apoya la virtud de merecer si no se está en disposición de tomar un camino que implique renuncia, sacrificio o valentía? ¿Sería justo obtener sin esfuerzo? Lamentablemente, esta opción existe. Se llama nepotismo, pleitesía o indignidad. Alinearse fuera de la ética. Los que se quejan aluden a que quienes logran lo han hecho única y exclusivamente por este camino al tiempo que demandan lo mismo para sí e ignorando que la élite exige unos mínimos absolutamente inalcanzables para sus patrones de esfuerzo y que solo en el maltrecho y pauperizado profesionalismo se halla su anhelo.

La queja es el máximo bloqueador de la experiencia, del éxito y de la aspiración superior.  La queja impide crear nuevos campos donde el arte gravite desde la excelencia. Ese éxito (que cada cual puede definir y que no supone otra cosa que la capacidad de trascender, de motivar, de esclarecer, de educar, de edificar, de emocionar… desde las más altas cotas de energía del arte) no deja de ser un camino que se labra a cada paso y que nadie más que quien lo transita puede hacerlo. Responsabilizar a terceros es la esencia de la queja. Así, no tomando partido, se tiene la coartada perfecta y la absolución de todo tipo de responsabilidad.

Y, ¿cuáles son los atractores de la conducta basada en la queja? Sin duda, la aceptación social. Esto es, si existe la queja, si quien la ostenta insiste es, sin lugar a dudas, porque funciona. El quejumbroso asocia la ganancia de ser atendido a su funcionalidad. Una falsa compasión les nutre cuando la desactivación sería inmediata, y absolutamente beneficiosa para quien la practica,  si se produjera un alejamiento, si no se alimentara, si se eliminara cualquier conato de flexibilidad y, por tanto, si se desviara el foco de atención.

La queja es el máximo bloqueador de la experiencia, del éxito y de la aspiración superior. 

Para quienes son conscientes de la inutilidad de la queja pero siguen cayendo en su trampa, aún a sabiendas de su improductividad, la solución está en crear nuevos focos de aprendizaje que conlleven retos de auto superación. Cabe recordar que héroe no es el que vence a los demás sino quien se vence a sí mismo. Por tanto,  crear propios ecosistemas nos llevará a una mayor productividad a través de proyectos que solo nosotros estaremos en disposición de atender y abanderar con éxito.

Solo los ganadores han creado estos espacios. La primera vez que alguien corrió los 100 metros lisos en menos de 10 segundos creó un espacio nuevo que otros siguieron. La primera vez que una persona de más de 60 años se graduó en una universidad abrió oportunidades desechadas por el acervo social. Cuando en 1955 Rosa Parks negó ceder su asiento a un hombre blanco, abrió una puerta a un camino largo pero sin remisión para las libertades de la población afroamericana.

¿Cuál es tu poder en este sentido? ¿Qué puedes ofrecer al mundo que te haga pasar de la profesionalidad a la élite si, realmente es lo que quieres? ¿Cuánto más tiempo vas a demorar este momento y abandonar de una vez por todas la queja que, de hecho, no te ha llevado nunca a un lugar mejor?

La vida es aceptar, cierto. El control que podemos tener sobre los acontecimientos es relativo. Pero aceptar no significa resignarse. Aceptar no es apartarse. Parar. Renunciar. Aceptar es tomar conciencia del yo verdadero (no egoico) para mejorar la situación de cada momento. Solo desde un acto de amor hacia uno mismo y proyectado hacia nuestro ecosistema nos podrá sacar de la zozobra de la queja.

Pero para ello es preciso abandonar la pereza intelectual y dejar que obre el corazón.

Juan F. Ballesteros
Marketing elemental para músicos expertos